Confesiones acerca del proceso de creación de mi novela La jaula de los goces

QUIZÀS YO NACÍ

Yo nací quizás en una casa de tablas

recibido en este mundo por una comadrona

que fumaba un tabaco de aromas disímiles

y al darme las nalgadas quizás vaticinó que sería poeta.

Yo nací quizás en la límpida habitación

de un veterano general de la guerra del Bósforo

tal vez arrullado por cientos de mucamas

quienes al verme hermoso vaticinaron que sería poeta.

Yo nací vaya a saber usted en cualquier cero punto

de la geografía inmensa en la Alta Franconia

donde un príncipe heredero se regocijaba

de que su primogénito sería un triunfante poeta.

En fin que yo nací hace ya tantos años

que pasan de los setenta y he olvidado mis datos

pues realmente con tantos vaticinios

jamás he podido componer un soneto.

Cuando escribía novelas (confieso ya no hacerlo: escribir novelas requoere de un esfuerzo físico y mental que a los 74 años distan mucho de ser apropiados para dedicarse al arte narratario en general), dejé de pensar en el lugar donde habìa nacido y me denominé tunero por adopción, ya que como titulé a un breve cuento que a mi amiga Lucy Maestre, realmente le disgusta, en mi pueblo nadie me quiere: ni en el de mi nacimiento ni en el de mi autoadopción.

Yo escribía desde mucho antes de pensarlo, pues componía palimpsestos(1) para hacerles creer a mis padres que estaba estudiando las materias que ellos me exigían (mi padre ansiaba verme convertido en Ingeniero Mecánico, luego de él haber regresado de Los Àngeles, California, graduado en la Natiopnal School como especialista en motores Diesel; mi madre, que abandonara sus estudios de Medicina Interna en el tercer año en la década del 1940, prefería verme graduado de cirujano; yo por mi parte, hubiese preferido ser Príncipe Heredero para dedicarme por completo a la escritura de libros y publicarlos con sólo hacerle una señal al editor más encumbrado de cualquier parte del mundo).

Con tantas falencias (2), ¿qué otro oficio podría llegar a abrazar sino el de novelista? Porque el oficio de poeta constituye un asunto demasiado elevado como para alcanzado por alguien nacido en algún que otro pueblito similar al de las ilustraciones.

Entonces, ya puestos a confesar, confieso por qué escribí mi novela La jaula de los goces, lo que pienso escribir por única vez y eliminando algunos aspectos que o bien son demasiado verdaderos o en cambio, podrían ofender a ciertos encumbrados personajillos que andan por ahí creyendo que las dolsas se trovan las molas cuando en realidad lo que sucede es que en tiempos de simprones, lo mejor es renunciar a los endotes.

Hubo para mí tres momentos muy importantes durante la creación de La jaula de los goces mientras la pensaba, durante su escritura y en la fecha de su publicación. Si comparto aunque sea brevemente este tema es porque quizás a los lectores les resulte interesante conocer aproximadamente cómo se fragua una novela y los escritores que me lean puedan compartir experiencias similares o diferentes, e incluso no estar de acuerdo con algunas cuestiones que afirmo.

Nació dentro de mí de la siguiente manera: algún día del año 1989 concluía la lectura de la novela La nave de los locos y comparaba su argumento con algunas experiencias personales en ciertas oficinas a las que concurría una y otra vez en relación con trámites imprescindibles para construir mi vivienda, oficina en la cuales chocaba una y otra vez contra la barrera infranqueable del burocratismo.

No es que anteriormente no hubiera chocado con ese mal (humano por demás; los perros ni los gatos se sientan frente a buróes) que nos conduce en ocasiones a tratar a los demás como si no existieran, sino que en el caso particular al que me refiero se me hacía evidente la inferioridad del burócrata, su posición de homúnculoo de pequeño rey sin corona, cuyo único poder es hacernos esperar innecesariamente, negarnos un derecho elemental ante la vida y vernos a sus pies cual modernos esclavos rogándole por favor, déjeme pasar por esa puerta cerrada con diez candados.

Primero escribí un cuento titulado El mecanismo que incluí en mi libro El reloj, ese asesino y a medida que iba a esperar una y otra vez a las innumerables oficinas que por toda la ciudad tenía la entidad gubernamental denominada Dirección Municipal de la Vivienda  lo que llegó a convertirse para mí en un suplicio, concebí la escritura de una novela.

En aquella época, creía en el valor de la literatura para cambiar en bondad la maldad de nuestras almas humanas. No sabía que entre otros especimenes del género, el burócrata no lee novelas ni otros textos como no sean los de la propia burocracia. Y cuando se ve obligado a leer textos que atacan al burocratismo, no se reconoce jamás en ellos.

Uno y otro día pensando en cómo llevar a la realidad literaria una realidad real, me condujo a personajes que podrían representar personas.

Los nombres al principio fueron los mismos de sus actores reales, aunque al final los escogí por su sonoridad en unos casos, en otros por la burla que significaban contra personas que conocía y eran así de estúpidos. La carga semántica y psíquica de los nombres de mis personajes siempre ha ejercido una magia sobre mí, por lo que jamás desprecio buscarlos dentro de las posibilidades por su originalidad.

Caminaba por las calles y pensaba en los nombres. Esperaba en una cola y creaba una situación. Estaba en mi trabajo y de pronto se me ocurría una escena. Observaba a un burócrata y descubría en él un gesto que jamás le había visto.

De aquella manera, tuve una idea inicial de una novela que cual un panóptico, los burócratas estarían rodeando la vida de mis personajes para observarlos en un original experimento como si fueran aninamalitos de laboratorio. De ahí el primer título que tuvo esta novela: Panopsis.

Con aquel bagaje inicial ya la obra estaba lista para su escritura. Los nombres de los personajes no eran simples patronímicos o apellidos supuestos, sino que se trataba de seres de ficción que se agitaban dentro de mi cerebro, acompañándome a cualquier lugar que viajaba, invadían mis sueños y no me dejaban tranquilo durante el día.

Ya yo sabía a estas alturas que Clasto Edginebrés sería el hilo conductor de la trama y un primo mío llamado Rolando me aportó desde la lucidez de sus bocetos pictóricos que me dejaba en los libros de literatura que me devolvía, un nombre inquietante: los Universianos, seres de piel como escamas brillantes, puro surrealismo que fue conformando mi mundo fabular.

Clasto de inicio fue un policía porque la novela pretendía ser del género que suele llamarse novela negra, e investigaba un crimen que nadie había cometido. Sin embargo, con el paso de las horas, los días, las semanas y los meses, Clasto se fue convirtiendo en un filósofo, oficio más acorde con aquel absurdo mundo que yo iba fabricando en las notas escritas en cualquier tipo de papel y a escondidas de mi jefe en ese tiempo, el ingeniero José Ángel Avadí (3) quien ahora reside en Ecuador y fue en realidad el crítico de mis capítulos iniciales, a partir del momento de haberle confesado que aprovechaba los ratos de la merienda y las reuniones burocráticas en las que debía participar en su compañía para elaborar el plan de una novela.

Cuando ya tuve terminado un proyecto coherente por cada capítulo y Gaspar se convirtió en la sombra de un poder omnímodo en aquella oficina a la que llegaba Clasto Edginebrés en un pequeño bote de remos para solicitar una planilla con el propósito de regresar al Continente, lugar de donde venía, me dije que algo no funcionaba correctamente en aquel proyecto: Gaspar era solamente una especie de recepcionisto que impedía la entrada de enemigos en los predios de su jefe, es decir, un fiel cancerbero que cuida al amo de ningún peligro.

Al comprender que la lógica interna de la novela no funcionaría de tal manera, la transformé en La jaula de los goces, no ya como una oficina de trámites burocráticos (ese era el mundo fabular en sus inicios) porque se trataba de un espacio demasiado estrecho para mis propósitos. Historia, trama y datos de la edición de LA JAULA DE LOS GOCES los tiene disponibles haciendo clic encima de este texto.

La oficina pasó a ser la Isla de Creti, algo más coherente con la llegada de Clasto en un bote de remos en tanto que el recepcionisto tomó el nombre de Caivás Edjuvitas, especie de Ministro del Interior de lo que a partir de ese momento pasaba a ser Creti, la isla donde gobernaría como rey eterno Gaspar Único, por obra y gracia de la Sociedad Universal de los Goces.

Una vez acordado conmigo mismo que Gaspar Único regiría los destinos de Creti, formé un gobierno que se encargaría de mantener incólume la burocracia, ya ahora no tanto como burocracia pura sino como absurdo mundo donde sus habitantes piensan y hablan al revés y sin verbos (4).

Como el gobierno de Creti requería de algunos personajes imprescindibles en un reino absurdo, fueron apareciendo con el transcurso de los días la reina Lila, esposa de Gaspar que se encargaba junto al maestresala Benedicto, algo así como el sacerdote principal de la Sociedad Universal de los Goces, de alimentar a los mendigos con sopa de chorizos donde no navegaba ningún chorizo; Benjamín Toresano, edecán absoluto del Rey Gaspar y en realidad el verdadero gobernante; el canciller del reino Cornelio Huerta, individuo cuyo éxito esencial era el triunfo entre los hombres debido a la hermosura y ligereza de su esposa Idelfonsa Isabel. Fui delineando poco a poco los restantes personajes de una isla donde a lo azul se le llamaba verde y lo marrón se conocía como amarillo. La negación del valor de los significados para confundir a los habitantes de aquel absurdo mundo donde la verdad y la mentira eran simples quimeras.

Los antagonistas aparecieron sin que yo mismo lo advirtiera, como una consecuencia del espacio fabular que vivía dentro de mí mientras iba viviendo de manera cotidiana en un mundo real donde a veces encontraba a reyes tan absurdos como Gaspar Único. Primero diseñé la figura genérica de los mendigos quienes se alimentaban exclusivmente de la sopa que por caridad obligada, para que no se rebelaran, les repartían la reina Lila y el maestresala Benedicto; luego necesité de alguien que luchara por el derecho de los mendigos a la vida ya que no eran capaces de luchar por sí mismos y me pareció que debía existir entonces un tal Juan Dequidad que los liberara de la fábrica de ilusiones y de las medias lunas azules que les grababan los guardias de Caivás Edjuvitas cuando acumulaban la cantidad límite de puntos en sus tarjetas de conteo.

Juan Dequidad fue surgiendo por la urgencia que yo tenía de conducir la trama hacia un final al menos optimista, pues no he sido partidario que ninguna de mis novelas les deje un sabor salitroso en la boca a los lectores, porque soy de los que piensa que si bien la literatura no resuelve nuestros problemas, al menos debe ayudarnos a convertir el mundo que nos rodea en un cálido rincón donde pasar la noche (5).

Cuando encontré a Juan Dequidad, Clasto Edginebrés comprendió que su lugar en Creti no podía ser el de simple espectador y entonces se sintió obligado a buscar a aquel hombre invisible al que solamente podían ver los mendigos. Encontré la Isla de las Rosas, un lugar que sin llegar a ser una realidad corpórea requería estar enclavado entre coordenadas posibles. La lógica del mundo fabular mío tenía que prevalecer por encima de los absurdos de la vida real.

La publicación de la novela fue algo más difícil, aunque yo sabía que era el precio que debería pagar por haber escrito una obra no apta para los grandes circuitos comerciales de la literatura.

La jaula de los goces es un texto humanista y a la vez existencialista, aunque yo era ya consciente al escribirla que el hombre no puede salvarse a sí mismo, razón más que suficiente para que no ganara ningún concurso a los que envié la obra y fuera rechazada por editoriales extranjeras: entonces vivíamos en Cuba una crisis terrible, la de los noventa del siglo veinte, que anuló casi por completo la industria editorial. Al menos, para los nacidos y más que nacidos, residentes como yo en pueblitos tan al sur pero tan al sur de los nortes metropolitanos en los que ya no cabían más sures.

Esto de querer publicar lo que se escribe siempre lo he defendido como una necesidad del escritor, más que como un derecho. Si bien el acto de la creación es algo personal y solitario, cuando dicho acto concluye estamos urgidos de comunicarnos con el lector, de ahí que yo  considero el proceso de escritura incompleto si el texto no llega a convertirse en obra posible de ser evaluada al menos por un lector. Aunque ese lector sea solamente el editor.

El editor es alguien muy importante en esta cadena de la comunicación entre el emisor (escritor) y el receptor (lector). Puede salvar una obra de una gran cantidad de pifias que cometemos los escritores porque de tanto releer nuestro texto que ya no es un palimpsesto sino un pretexto, lo aprendemos de memoria y no descubrimos los defectos ni las estupideces que a veces escribimos los autores.

Durante la primera edición, La jaula de los goces perdió páginas que le sobraban y que yo no las hubiese eliminado hoy como acepté que me fuesen eliminadas. No porque las considerase imprescindibles, sino por ser mías, el resultados de mis desvelos, mis hambres y el dejar de vivir en la realidad real por andar inmerso en la realidad literaria. Fue un largo proceso de trabajo que a veces llegó a agotarme, incluso creí que no resistiría las buenas exigencias que me obligaban a podar lo innecesario: estuve a punto de retirar la novela de la editorial porque soy un gran impaciente y no veía el momento en que saldría impresa, sin saber que la demora fue para el bien del texto original mío aunque para el mal de mi concepto acerca de qué es una novela.

Este es el proceso habitual que aproximadamente debe seguir cualquier escritor si desea que su libro no perezca con el tiempo. Entre el proceso de la escritura y el de la publicación llueven muchas lágrimas, más que alegrías. Ahora que se habla tanto de mercado y literatura yo me digo: una literatura que se escribe con las entrañas no hay quien pueda ir al mercado. Pretenderlo sería tan absurdo como procrear hijos con la intención de que trabajen para sostenernos como si fuesen nuestros empleados, o más absurdo aún: conformarnos a que los reycitos sin corona nos encierren en La jaula de los goces.

Ahora, les dejo un regalo:

Si desea leer el primer capítulo de la novela que narra la llegada de Clasto Edgionebrés a la Isla de Creti y el segundo capítulo, en el cual Clasto sufre las consecuencas del juego con el astrómetro al que acostumbra el rey Gaspar Único cuando le da por la bobería de creerse el jefe supremo de la Sociedad Universal de los Goces:

Haga clic encima de la siguiente imagen:

Casi olvidaba decirlo. Esta novela tiene dos ediciones. La primera, acotada entre límites que logré sortear a veces. La segunda, realizada en Portugal por la Editorial Emooby, totalmente libre, sin las ataduras de la primera. A la segunda edición le agregué los miembros que le fueron amputados en la primera edición.

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(*) Andrés Casanova (Las Tunas, Cuba, 1949) es narrador, poeta, autor de guiones radiales dramatizados y ha incursionado en la escritura de guiones cinematográficos; miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Ha obtenido importantes premios nacionales e internacionales y textos suyos han sido publicados en revistas literarias de varios países. Está antologado en diversas selecciones de narrativa y poesía y ha publicado novelas, libros de cuentos, de poesía y ensayos literarios con editoriales de Cuba, México, España, Portugal y Argentina. Reside en Las Tunas, Cuba.

Pueden leerse sus libros más recientes que está publicando de manera exclusiva con la editorial Libros Café Criollo con sede en Estados Unidos en su página de Autor Central en Amazon: 

https://www.amazon.com/author/andrescasanova

Sus blogs literarios se encuentran en:

https://escritorandrescasanova.blogspot.com/

https://andrescasanova.cubava.cu/

Su canal de Youtube en:

https://www.youtube.com/@Andres_Casanova-Escritor

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Citas y notas:

(1) https://es.wikipedia.org/wiki/Palimpsesto

(2) https://dle.rae.es/falencia y https://dpej.rae.es/lema/falencia

(3) https://www.researchgate.net/profile/Jose-Angel-Avadi

(4) Primer descubrimiento de Clasto Edginebrés al llegar a la Isla de Creti.

(5) Frase de mi cuento breve En mi pueblo nadie me quiere.

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